
¡Qué raros somos los mortales! Cada uno de nosotros
está aquí para una breve estancia; con qué
objetivo no sabemos, aunque pensamos a veces que podemos sentirlo. Pero
sin una reflexión más profunda uno sabe por su vida
diaria que existe para otra gente —antes que nada para aquellos cuyas
sonrisas y bienestar sustentan totalmente nuestra propia felicidad, y
después para los muchos desconocidos a cuyos destinos
está ligado por los lazos de la simpatía. Todos los
días me recuerdo a mi mismo cientos de veces que mi vida
interior y exterior está basada en el trabajo de otros hombres,
vivos y muertos, y que me debo dedicar yo mismo a dar en la misma
medida que he recibido y sigo recibiendo...
Nunca he
visto la comodidad y felicidad como fines en sí mismos —a esta
base crítica la llamo el ideal de la pocilga. Los ideales que
han iluminado mi camino, y una vez tras otra me han dado valor para
enfrentarme a la vida con alegría, han sido Amabilidad, Belleza
y Verdad. Sin el sentimiento de parentesco con hombres de mente
similar, sin la ocupación con el mundo objetivo, en lo
eternamente inalcanzable en el campo de los esfuerzos artísticos
y científicos, la vida me hubiese parecido vacía. Los
objetivos banales de los esfuerzos humanos —posesiones, éxito
exterior, lujo— me han parecido siempre deleznables.
“Mi
apasionado sentido de la justicia social y de la responsabilidad social
siempre ha contrastado extrañamente con mi ausencia de necesidad
de contacto con otros seres y comunidades humanos. Soy verdaderamente
un “viajero solitario” y nunca he pertenecido en lo más profundo
de mi corazón a mi país, a mi casa, a mis amigos, o
incluso a mi familia más próxima; frente a estos lazos,
nunca he perdido el sentimiento de distancia y la necesidad de
soledad...”
Mi ideal
político es la democracia. Respetar cada hombre como un
individuo y no idolatrar a ninguno. Es una ironía del destino
que yo mismo haya sido receptor de una excesiva admiración y
reverencia por parte de mis congéneres, sin haber faltas o
méritos por mi parte. La causa de esto puede ser perfectamente
el deseo, inalcanzable para muchos, de entender las pocas ideas que con
mis débiles poderes he alcanzado después de una lucha
incesante. Soy consciente de que para cada organización que
alcanza sus objetivos, un hombre tiene que ser quien piense, dirija y
generalmente cargue con la responsabilidad. Pero la dirección no
debe ser obligada, ellos tienen que poder elegir a sus dirigentes. En
mi opinión, un sistema autocrático de coerción
pronto degenera; la fuerza atrae a hombres de moralidad pobre... Lo
realmente valioso en el desfile de la vida humana no me parece el
estado político, sino el individuo sensible, creativo, con
personalidad; sólo ellos crean lo noble y lo sublime, mientras
el rebaño como tal queda embotado en pensamiento y embotado en
sentimiento.
Este tema
me lleva al peor afloramiento de la vida del rebaño, el sistema
militar, al que yo aborrezco... Esta plaga de la civilización
debería ser abolida con la mayor rapidez posible. El
heroísmo del mando, violencia sin sentido y todo el repugnante
sinsentido que va junto al nombre del patriotismo— ¡qué
apasionadamente los odio!
“La
experiencia más bella que puedo tener es el misterio. Es la
emoción fundamental que se encuentra en la cuna del verdadero
arte y la verdadera ciencia. Quien no lo conozca y no se pregunte por
ello, no se maraville, está como muerto, y sus ojos están
oscurecidos. Fue la experiencia de misterio —aunque mezclada con temor—
la que engendró la religión. Un conocimiento de la
existencia de algo que no podemos penetrar, nuestras percepciones de la
razón más profunda y de la belleza más radiante,
que sólo son accesibles a nuestras mentes en sus formas
más primitivas: es este conocimiento y esta emoción lo
que constituyen la verdadera religiosidad. En este sentido y
sólo en este sentido soy un hombre profundamente religioso...
Estoy satisfecho con el misterio de la vida eterna y con un
conocimiento, un sentimiento, de la maravillosa estructura de la
existencia —así como del humilde intento de entender incluso una
pequeña porción de la Razón que se manifiesta en
la naturaleza”.

Ver El
tercer paraíso de Einstein, un ensayo por Gerald Holton
The text of Albert Einstein's
copyrighted essay, "The World As I See It," was shortened for our Web
exhibit. The essay was originally published in "Forum and Century,"
vol. 84, pp. 193-194, the thirteenth in the Forum series, Living
Philosophies. It is also included in Living Philosophies
(pp. 3-7) New York: Simon Schuster, 1931. For a more recent source, you
can also find a copy of it in A. Einstein, Ideas and Opinions,
based on Mein Weltbild, edited by Carl Seelig, New York: Bonzana
Books, 1954 (pp. 8-11).
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